Title: Sin ttulo de diapositiva
1VII. 3. Roger Van der Weyden
2Roger Van der Weyden (h. 1400-1464) es otra de
las figuras cumbres de la pintura flamenca, y de
toda la historia universal. Sabemos muy poco de
él, aunque sí que visitó Roma en peregrinación el
año 1450, sin duda con ocasión del Año Santo, y
también que gozó de gran fama y vivió sobre todo
al sur de Holanda. Van der Weyden centra el
interés de sus obras en la interioridad,
conmoción, sentimiento, pathos, de sus
personajes. Su religiosidad, como se desprende
también de su misma peregrinación a Roma, es otra
prueba de ello, aunque más lo revelan sus obras.
El patetismo que manifiestan muchas de sus
figuras, no le impide, siguiendo la tradición de
su escuela, tratar amorosamente los diversos
detalles que introduce en sus escenas,
distribuyéndolos rítmicamente en el primer plano
del cuadro, con un dibujo y expresión
profundamente sentida y meditada. En aras de esa
extraordinaria fuerza expresiva que pretende
comunicar a sus figuras, se desinteresa por los
fondos y perspectivas, que habitualmente omite,
sustituyéndolos por un fondo liso, como
apreciamos en la Crucifixión del Escorial,
dejando todo el protagonismo a la escena de
Cristo crucificado entre María y San Juan,
recreando un retablo en el lienzo (1460, 325 x
192 cm).
3Su obra cumbre es, sin duda, el Descendimiento,
quizá el trabajo más representativo de esta
pintura flamenca, una de las creaciones más
sobresalientes del arte universal. Se trata de un
gran cuadro de altar (mide 220 x 262 cm, y debe
ser la tabla central del tríptico que pintó para
la capilla del gremio de ballesteros de Lovaina.
Adquirida por María de Hungría, la trajo Felipe
II a España, que la admiraba profundamente, y hoy
día se puede contemplar en el Museo del Prado.
4Borobio la describe y sintetiza con estas breves
y acertadas palabras La composición, resuelta
bidimensionalmente, como es habitual y
característico de la escuela, se hace más
ostentosa al situar las figuras que llenan toda
la superficie, distribuidas en un solo plano,
sobre un fondo liso, sin lejanías ni perspectivas
de ninguna especie. Todo el dibujo, profundamente
sentido y meditado, se resuelve en un juego
lineal de curvas que se enlazan rítmicamente y
que dan sentido y expresión a los personajes.
Estos personajes son escrupulosamente
naturalistas pero están como arrancados a la
naturaleza. Cada uno tiene su personalidad
individual y concreta -conmovedoramente
concreta-, pero está fuera, abstraído de nuestra
realidad tangible. La mayor importancia
jerárquica de determinadas figuras viene señalada
por su situación en el cuadro y por su papel
argumental pero no porque tengan un especial
tratamiento, ya que todos los puntos del cuadro
están tratados con la misma atención y con la
misma delectación en los prolijos detalles
anecdóticos profusamente repartidos. Tampoco hay
ningún acento particular en el colorido, que es
brillante, homogéneamente brillante en toda la
superficie.
5El cuadro está cargado de simbolismos religiosos,
razón de ser de la obra, destacando Borobio el
detalle teológico de la disposición formal de
la Virgen, que se identifica con su Hijo
adoptando la misma postura incluso física que
Él. Van der Weyden, sin duda, recoge en su obra
la doctrina sobre el papel corredentor de la
Virgen en la Pasión de Cristo, que se habría
unido internamente al sacrificio de su Hijo para
la redención de los hombres, de lo que se haría
perfecto eco la idéntica forma física de
presentar a Cristo y a María.
6Junto a la pintura religiosa, la más frecuente de
su producción -como de hecho ocurriría con la
totalidad de los pintores de su época- no faltó
el retrato. En esta página observamos a la
izquierda la escena de la Anunciación (panel
izquierdo del altar de la Pinacoteca de Munich
h. 1455, 138 x 70 cm), y a la derecha el retrato
de Francesco dEste (h. 1460, 31,8 x 22,2 cm.,
Metropolitan de Nueva York), magníficas
representaciones de la pintura religiosa y del
retrato, en el que se manifiesta una notable
capacidad de introspección psicológica.