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Sin ttulo de diapositiva

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Title: Sin ttulo de diapositiva


1
II. Claves teóricas del mundo renacentista
2
Esta es materia fundamentalmente teórica, que se
puede estudiar por cuenta propia, pues aparecerá
a lo largo del curso, especialmente al entrar de
lleno con el Renacimiento. Ahora sólo veremos la
última página.
3
II. Claves teóricas del mundo renacentista.
Antes de entrar de lleno en la Historia del
arte, nos acercaremos a los presupuestos
histórico-culturales que permitieron el
nacimiento y desarrollo del Renacimiento. El
mundo renacentista, ese periodo que abarca
aproximadamente desde principios del siglo XV a
finales del XVI, es, sin la menor duda, uno de
los más apasionantes de la historia política,
cultural y religiosa de Europa, siglos en los que
las naciones van a irrumpir con inusitada fuerza
en el continente europeo, en la Christianitas o
Cristiandad -ese universo geográfico que desde
Lisboa hasta Cracovia y el Báltico se entendía en
latín, recorriendo sus estudiantes las
universidades que habían ido apareciendo desde
finales del siglo XII, poseyendo una unidad
religiosa y cultural muy fuerte- años que verán
la aparición en Italia -y desde allí a toda
Europa- ese fecundo movimiento artístico que
conocemos como el Renacimiento, y, a la vez,
conocerán durante el XVI como el occidente
cristiano se desgaja en dos -abandonando la
unidad católica las diversas corrientes y
confesiones protestantes que van a aparecer sobre
todo en el centro y norte de Europa-. Un periodo
tan rico, en el que vivirán personalidades tan
apasionantes como Gütemberg, Copérnico o
Cristobal Colón Erasmo, Tomás Moro o Vives
Masaccio, Fra Angelico, Botticelli, Leonardo,
Rafael, Tiziano y Miguel Ángel Enrique VIII de
Inglaterra, Manuel el Afortunado de Portugal, los
Reyes Católicos, Maximiliano de Austria, Carlos
V, Felipe II o Francisco I de Francia
Brunelleschi, Alberti o Bramante Jacopo della
Quercia, Donatello, Ghiberti, Verrochio o Alonso
de Berruguete Petrarca, Boccaccio, Jorge
Manrique, Rabelois, Boscán, Garcilaso o
Cervantes Pio II, Nicolás V, Julio II o Paulo
III Tomás Luis de Victoria o Pallestrina John
Fisher, Ignacio de Loyola, Carlos Borromeo,
Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Francisco de
Vitoria, Francisco Javier, Lutero o Calvino y
tantos otros personajes que tan decisivamente han
influido en Europa y en el mundo.
4
Para un mejor aprovechamiento de este curso,
centrado en el panorama cultural,
fundamentalmente artístico, sería muy conveniente
abordar la lectura de alguna obra que trate este
periodo histórico, algunas de las cuales
señalamos en la Bibliografía. Dicho esto, y
antes de acercarnos a algunas de las principales
claves interpretativas de tan apasionante
periodo, vamos a aprovechar para distinguir dos
términos estrechamente relacionados entre sí,
pero que pueden provocar confusión si no se les
sabe distinguir, y que no rara vez se mencionan
sin propiedad ni distinción Renacimiento y
Humanismo. Nos referiremos en primer lugar al
Humanismo, pues debe considerarse anterior al
periodo histórico-cultural conocido como
Renacimiento.
5
El Humanismo es el ámbito o movimiento cultural,
de carácter ante todo literario, que propiciará
decididamente la aparición del periodo que
conocemos como Renacimiento. Este movimiento
humanista fue una corriente cultural
caracterizada ante todo por la búsqueda o, mejor
dicho, el intento de restauración de la cultura
antigua grecorromana. Una correcta visión del
Humanismo donde los matices son ciertamente
numerosos, y el peligro de los absolutismos
interpretativos lleva a reduccionismos tan
empobrecedores debe aceptar que los humanistas,
aunque quizá no siempre de modo consciente,
buscaron y encontraron esta Antigüedad clásica no
sólo en las obras originales de la Antigüedad,
sino también en las corrientes medievales que
conservaban el legado de Grecia y Roma, cuya
herencia cultural se conservó y transmitió desde
la caída del Imperio Romano gracias a la labor de
los monasterios surgidos en esos momentos de
inseguridad y violencia. El humanismo, por tanto,
debe ligarse directamente a la actividad
literaria surgida en la segunda mitad del siglo
XIV, con representantes tan sobresalientes como
Petrarca, movimiento que debe considerarse previo
y condicionante del Renacimiento. Por
Renacimiento, en cambio, debe entenderse la época
histórica que transcurre, aproximadamente, entre
los siglos XV y XVI las fechas varían según las
regiones geográficas específicas, siendo Italia
la primera que lo vio surgir. El Renacimiento,
por tanto, tiene un sentido mucho más amplio, que
incluye también el Humanismo, y abarca el
conjunto de manifestaciones no sólo culturales o
sociales de esos siglos, en los que, desde
luego, el universo artístico se vio enriquecido
con muchas de las creaciones más admirables del
hombre, obras de autores tan excepcionales como,
entre otros representantes de la pintura,
escultura o arquitectura, Brunelleschi, Masaccio,
Donatello, Fra Angelico, Piero de la Francesca,
Alberti, Mantegna, Botticelli, Bramante,
Leonardo, Rafael o Miguel Ángel. Se puede
afirmar que el primer gran teórico del término
Renacimiento como enunciativo de esta determinada
época histórica fue Jacob Burckhardt (La cultura
del Renacimiento en Italia, 1860). Burckhardt, de
acuerdo a su personal visión historiográfica
enraizada en las corrientes de la segunda mitad
del XIX, hijas del pensamiento ilustrado,
caracterizará este periodo por la tres aspectos
principales la aparición del concepto de Estado
como obra de arte (en el siglo XV en Europa, y
ya en el XIV en Italia), el descubrimiento del
hombre y con él de la individualidad, y el
hallazgo del mundo y con ello de la ciencia.
6
Según esta visión, tales realidades habrían
dado lugar a unas nuevas actitudes en el hombre
sobre todo a una nueva psicología y concepto de
lo humano, que estarían fuertemente influidas
por el renacimiento del arte y de la literatura
de la Antigüedad clásica, que se enfentaría al
hombre de la Edad Media, que según él estaría
sólo orientado hacia Dios, y olvidado de la
realidad del mundo. La visión de Burckhardt, que
enfatiza excesivamente las novedades de la
época, presenta el Renacimiento como algo
completamente nuevo, que rompe violentamente con
el periodo precedente los casi mil años que van
desde la caída del Imperio Romano hasta el otoño
de la Edad Media (finales del siglo XIV), y con
el que apenas tendría que ver. Hoy en día,
aunque se sigue denominando Renacimiento a este
periodo histórico (inicio de la Edad Moderna),
las investigaciones de Thode, Burdach, Baron,
Chabod o Garin, por citar sólo los más
representativos, han despejado las dudas sobre la
influencia de la época precedente en el
nacimiento y desarrollo del Renacimiento, así
como de la fuerza que tuvo en la génesis y
configuración de este periodo el deseo profundo y
generalizado de que se produjese un renacimiento
de la cultura y valores cristianos, realidad
patente en los más eximios humanistas europeos
(desde Petrarca o Tomás Moro a Erasmo o Vives),
afán que dará lugar a los grandes movimientos de
la Reforma protestante y de la Contrarreforma
católica. Aunque es cierto que algunos artistas
y pensadores del Renacimiento por ejemplo
Lorenzo Valla propiciaron la acuñación del mito
de las tinieblas medievales, y con ello algunos
han querido deducir una presunta confrontación
entre los hombres del Renacimiento y el
cristianismo, es necesario señalar que, para los
humanistas, salvo algunas pocas excepciones, no
hubo oposición entre ambas realidades, siendo
patente que para ellos la caída del Imperio
romano no fue nunca consecuencia de la fe
cristiana, sino de las invasiones bárbaras y de
otros factores diversos. De hecho, cuando los
humanistas vuelven sus ojos a la antigua Roma,
tienen en cuenta toda la gran cultura romana,
incluyendo la cristiana, razón de que el
movimiento humanista, como consecuencia de su
interés, propiciara el estudio de los Padres. La
comprensión de los fenómenos y circunstancias que
dieron lugar al Renacimiento, así como de las
características que permiten comprenderlo, es una
cuestión tan apasionante como compleja. Son
muchas las variantes que se deben tener en
cuenta, desde demográficas a filosóficas, pasando
por otras muchas disciplinas y cuestiones.
7
El profesor Illanes ofrece un certero
diagnóstico de la situación en su obra Historia y
Sentido (Madrid, 1997, pp. 121-142), del que me
he servido para presentar este análisis de las
facetas más representativas del
Renacimiento. Una de las primeras cuestiones que
deben tenerse en cuenta al acercarse al
Renacimiento es, ciertamente, la realidad y las
repercusiones que tendrá en la sociedad europea
del XIV y XV el gran desarrollo que tuvieron las
ciudades en el norte de Europa, y, muy
especialmente, en el norte y centro de Italia,
particularmente en Florencia. En efecto, el
notable crecimiento que experimentaron estas
ciudades desde finales del siglo XIII, y muy
especialmente en la segunda mitad del XIV y
principios del XV, propiciará la aparición de
situaciones y posibilidades nuevas para la Europa
del momento. Ese crecimiento dio lugar, por
ejemplo, al establecimiento de nuevas relaciones.
Los gremios aumentan su peso en el conjunto de la
ciudad, y, además, el peso de las familias
dedicadas al comercio y al préstamo adquiere
dimensiones extraordinarias, desconocidas hasta
entonces, con casos tan paradigmáticos como el de
los Medici en la referida Florencia, que incluso
permitirá su acceso al poder político, como es el
caso de la referida familia, llegando a gobernar
Florencia. La burguesía fue incrementando su
poder durante todo el siglo XIII, contribuyendo
decisivamente a que en el XIV las ciudades se
convirtieran en fecundos centros de comercio y de
poder, en donde la burguesía tenía un peso
relevante, lo cual no quiere decir que tanto la
nobleza como la Iglesia no dejasen de mantener un
peso político excepcional, más aún la última,
como bien se manifestará en el arte, también en
la Florencia renacentista, donde el número más
importante de encargos y creaciones seguirá
estando ligado a la Iglesia (André Chastel, Arte
y humanismo en Florencia en la época de Lorenzo
el Magnífico, Madrid). Todo propiciará una
mentalidad diferente, destacando entre otras
realidades la conciencia de la importancia de la
educación para permitir que sus ciudadanos puedan
estar en condiciones de participar activamente en
la vida de la ciudad. La idea de Burckhardt de
que el Renacimiento se podría definir como el
descubrimiento del hombre y del mundo, que
aunque llevada al extremo deforma ciertamente la
realidad pues ambas realidades, aunque sin la
fuerza que adquirió entonces, eran objeto de
estudio y reflexión desde siglos atrás,
presupone un hecho real con el Humanismo y el
Renacimiento el interés por el hombre se acentuó,
sobre todo en lo que ha venido a llamarse su
misión mundana, sobre todo en la búsqueda del
progreso civil y de la prosperidad terrena.
8
La exaltación de la vida social como encuentro
entre hombres y la consiguiente realización de la
humanitas, son una clara consecuencia de los
planteamientos ya señalados. Todo ello se une
dirá Illanes, y en parte conduce, en el terreno
filosófico, a una atención especial a los
problemas morales y específicamente humanos, que
lleva a los primeros humanistas a oponerse tanto
al formalismo de los filósofos nominalistas de
París y de Oxford, como al naturalismo, de cuño
aristotélico-averroísta, de las escuelas de
medicina de Bolonia o de Padua (sobre las
características de estas escuelas véase la
bibliografía que remitimos al final). De ahí la
importancia que los programas de reforma
educativa de los humanistas atribuyen a la ética,
a la poesía, a la elocuencia, a las artes en
suma, a lo que, enseñando a bien pensar y a bien
actuar, contribuye a la perfección del vivir
humano. A pie de página añade el autor dos
citas de la Invective contra medicum de Petrarca,
altamente reveladoras de la idea recogida Oh
médico mendigo, que te llamas a ti mismo filósofo
en cuanto que conocedor de la naturaleza, has
aprendido acaso así donde está la verdadera
felicidad?, y, frente al pensar
predominantemente analítico y técnico dirá
reflexionar sobre la muerte, fortalecerse frente
a ella, predisponerse a despreciarla y a
soportarla, salirle al encuentro si la situación
lo reclama, afrontar con grandeza de ánimo esta
vida breve e infeliz pensando en la vida eterna,
en la felicidad y en la gloria, ésta, sólo ésta,
es la verdadera filosofía. La actitud ante la
filosofía y los estudios humanísticos es la misma
que observamos en el ámbito religioso y
teológico, que se caracteriza por el rechazo a
las especulaciones de una escolástica dominada
por los análisis lógicos de raíz nominalista, y
por la defensa de un estudio mucho más directo de
la Sagrada Escritura, realizado de tal modo que
llevase a la edificación personal, al crecimiento
de la virtud, más que al ejercicio intelectual.
En el Renacimiento también se hará patente la
gran valoración que merece la voluntad del
sujeto, su propia decisión ante las diversas
cuestiones éticas que se le presentan, así como
la afirmación de la actividad creadora frente al
ideal exclusiva o predominantemente especulativo.

9
La meditación sobre la muerte (realidad tan
cercana en esa época a la vida de los hombres, de
la que junto a Petrarca, como ya hemos visto, se
hacían eco tantos otros autores), la
consideración de la vida eterna en el Cielo, o el
atractivo de la soledad característico de muchos
humanistas, no llevó a esos hombres a separarse
del mundo o minusvalorar las realidades terrenas
sino que afirma Illanes el silencio del alma,
la meditación sobre lo eterno, desemboca en un
nuevo descubrimiento del valor de la verdadera
societas, en la que el hombre se siente hermano
entre hermanos y se prepara para la felicidad
eterna a través del servicio prestado a los
semejantes. Otro de los rasgos genuinos del
Renacimiento es la insistencia en la dignidad del
hombre como centro y eje del acontecer histórico.
Tal realidad llevará a diversos procederes y
visiones. De una parte se retomará la
consideración del hombre como verdadero
microcosmos, para lo cual se apoyarán sobre todo,
y precisamente, en los escritos de los Padres y
de los grandes autores medievales otras a que se
exalte de un modo mucho más patente la belleza
humana realidad que tanto afectará a la creación
artística y con más frecuencia todavía,
posiblemente lo más característico de esa época,
a subrayar la capacidad del hombre para dominar
la naturaleza, de los que pueden considerarse
paradigmáticos los trabajos de Giannozzo Manetti
(De Dignitate et excellentia hominis) y Pico
della Mirandola (De humanis dignitatis).
Durante el Renacimiento los horizontes
culturales y geográficos de Europa se
desarrollarán poderosamente, sobre todo con las
expediciones y descubrimientos que se llevaron a
cabo desde los reinos de la Península Ibérica. Se
experimentará un progreso cada vez mayor de la
curiosidad intelectual, las ciencias naturales
adquieren un prestigio singular, e ideas y
actitudes como el de la individualidad, el
significado del Estado o la consideración de las
artes y los artistas, adquieren nuevos sentidos y
valoraciones, lo cual, en lo que al último punto
se refiere, permitirá comprender la consideración
que alcanzaron en vida figuras como las de
Leonardo, Rafael o Miguel Ángel, cuyo prestigio
social nunca antes había sido alcanzado por
creador alguno.
10
Siendo numerosos los aspectos que iluminan la
realidad de esta época, imposibles de abordar y
desarrollar en este apartado (en la bibliografía
señalamos algunas obras que pueden ilustrar sobre
todo ello), no se puede dejar de señalar el valor
que alcanzó la Historia dentro del Renacimiento,
más concretamente el sentido que ésta tuvo en las
vidas de sus personajes más sobresalientes. Los
humanistas se caracterizaron en efecto dirá
Illanes por su aguda conciencia de vivir un
momento histórico de cambio y de crisis, ante el
que adoptaron una decidida actitud de
protagonistas. Ese sentido del momento histórico
es tan central en la época, que se ha podido
observar que si bien no ha existido un hombre
del Renacimiento, míticamente entendido, sí han
existido en cambio los humanistas, los hombres
del Renacimiento, muy diversos entre sí
artistas, filósofos, poetas, científicos pero
unidos por el deseo de renovar, mediante la
antigüedad clásica, la cultura europea. Lo que
caracteriza, en efecto, al humanismo no es la
vuelta a lo antiguo, el estudio de las letras y
de las artes de Roma y de Grecia, ya conocidas
por lo demás, aunque en menor grado, en el
Medioevo, sino la diversa actitud con que se
vive y despliega la atención al periodo del
esplendor greco-romano, que, en la época
humanista, no está determinado ni por una
preocupación especulativa (como fue
predominantemente en las escuelas medievales) ni
tampoco por un afán esteticista y erudito (como
sucedió en épocas posteriores), sino que es un
medio y un camino para conseguir la rinascita, el
renacimiento de la propia civilización. La vuelta
a lo antiguo no fue por eso en los humanistas
mera imitación, sino reelaboración desde la nueva
situación en que vivían y según sus exigencias
espirituales. Esta última realidad, el sentido
que tuvo para los hombres del Renacimiento la
vuelta a lo antiguo, es del todo necesaria si se
quiere comprender adecuadamente las creaciones
artísticas de los grandes genios del
Renacimiento, en donde la Antigüedad más que una
meta, fue más bien referencia o punto de partida,
obrando su formación, capacidad y personalidad la
parte de más valor en la obra, como veremos al
tratar las creaciones, por ejemplo, de Miguel
Ángel.
11
Una excelente introducción al Arte del
Renacimiento es la que ofrece Gombrich en su
conocida y clarividente obra La historia del Arte
(trabajo divulgativo, ciertamente, pero lleno de
sugerentes y acertadas explicaciones) palabras
que ofrecemos por su lucidez y frescura, y que
iluminan poderosamente sobre el peso que tuvo en
el arte renacentista no sólo el redescubrimiento
de la Antigüedad sino también la herencia de la
Edad Media. Dice así El término renacimiento
significa volver a nacer o instaurar de nuevo, y
la idea de semejante renacimiento comenzó a ganar
terreno en Italia desde la época de Giotto.
Cuando la gente de entonces deseaba elogiar a un
poeta o a un artista decía que su obra era tan
buena como la de los antiguos. Giotto fue
exaltado, en ese sentido, como un maestro que
condujo el arte a su verdadero renacer con lo
que se quiso significar que su arte fue tan bueno
como el de los famosos maestros cuyos elogios
hallaron los renacentistas en los escritores
clásicos de Grecia y Roma. No es de extrañar que
esta idea se hiciera popular en Italia. Los
italianos se daban perfecta cuenta del hecho de
que, en un remoto pasado, Italia, con Roma su
capital, había sido el centro del mundo
civilizado, y que su poder y su gloria decayeron
desde el momento en que las tribus germánicas de
godos y vándalos invadieron su territorio y
abatieron el Imperio romano. La idea de un
renacer se hallaba íntimamente ligada en el
espíritu de los italianos a la de una
recuperación de la grandeza de Roma. El periodo
entre la edad clásica, a la que volvían los ojos
con orgullo, y la nueva era de renacimiento que
esperaban fue, simplemente, un lastimoso
intervalo, la edad intermedia. De este modo, la
esperanza en un renacimiento motivó la idea de
que el periodo de intervalo era una edad media,
un medievo, y nosotros seguimos aún empleando
esta terminología. Puesto que los italianos
reprocharon a los godos el hundimiento del
Imperio romano, comenzaron por hablar del arte de
aquella época denominándolo gótico, lo que quiere
decir bárbaro, tal como nosotros seguimos
hablando de vandalismo al referirnos a la
destrucción inútil de cosas bellas. Actualmente
-prosigue- sabemos que esas ideas de los
italianos tenían escaso fundamento. Eran, a lo
sumo, una ruda y muy simplificada expresión de la
verdadera marcha de los acontecimientos. Hemos
visto que unos setecientos años separaban las
irrupción de los godos del nacimiento del arte
que llamamos gótico. Sabemos también que el
renacimiento del arte, después de la conmoción y
el tumulto de la edad de las tinieblas, llegó
gradualmente, y que el propio periodo gótico vio
acercarse a grandes pasos este renacer.
Posiblemente seamos capaces de explicarnos la
razón de que los italianos se dieran menos cuenta
de este crecimiento y desarrollo gradual del arte
que las gentes que vivían más al norte. Hemos
visto que aquellos se rezagaron durante buena
parte del medievo, de tal modo que lo conseguido
por Giotto les llegó como una tremenda
innovación, un renacimiento de todo lo grandioso
y noble en arte. Los italianos del siglo XIV
creían que el arte, la ciencia y la cultura
habían florecido en la época clásica, que todas
esas cosas habían sido casi destruidas por los
bárbaros del norte y que a ellos correspondía
reavivar el glorioso pasado trayéndolo a una
nueva época.
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La declaración de Gombrich confirma algunas
ideas fundamentales para la comprensión del Arte
del Renacimiento. En primer lugar la
importancia que tuvo la Antigüedad clásica para
los artistas renacentistas. Las creaciones
artísticas del Imperio Romano, abundantes sobre
todo en la península itálica, y muy especialmente
en Roma, cautivaron al hombre del Renacimiento, y
a ellas volvieron la mirada una y otra vez. Ahora
bien, como ya se dijo en su momento, lo hicieron
desde un punto de vista concreto, el del propio
creador, y el del ambiente del momento,
realidades que dieron lugar a la creación
renacentista, en la que, insistimos, la
Antigüedad tuvo una excepcional importancia, pero
que nunca debe verse como una mera labor
imitativa. Y la Antigüedad significaba también
tener a la Naturaleza por espejo, mirarla,
conocerla y servirse de ella para sus personales
creaciones, pues, como diría el pintor,
arquitecto Girogio Vasari, nacido en Arezzo en
1511, y primer historiador del arte, y gran
fuente, también teórico, del arte renacentista
italiano, la naturaleza, sirve siempre de
modelo a aquellos que se las ingenian para
extraer de ella sus partes más admirables y
hermosas con el fin de reconstruirlas en sus
representaciones (Las Vidas ). El artista del
Renacimiento tendrá a la Naturaleza por maestra,
modelo insigne, con lo que ello significaba de
ejercicio del dibujo cuyo dominio era necesario
para conseguir representarla pero, como decíamos
de la Antigüedad que también tuvo a la
Naturaleza por guía y modelo, no se limitará, al
menos los grandes genios, a una mera imitación.
13
Otra idea clave de la precedente introducción es
que Italia tuvo un protagonismo excepcional en la
configuración del nuevo arte. El Renacimiento, y
el arte que lo representa, como ya hemos dicho,
surgió en Italia a principios del siglo XV,
heredero ciertamente de la obra de autores tan
excepcionales como Giotto en la pintura
(principios del siglo XIV) exaltado como refiere
Gombrich ya desde entonces, de quien Vasari
(siguiendo un sentir que ya años antes había
expresado Bocaccio) dirá que los autores
renacentistas debían tanto a la Naturaleza como a
Giotto, que resucitó con don celestial lo que se
había perdido y lo condujo a lo que consideramos
la buena forma (Las Vidas), o, antes todavía,
un Nicola Pisano (nacido en 1215 probablemente en
Apulia, y trabajando en Toscana en la segunda
mitad del siglo XIII) en la escultura, que
teniendo en cuenta relieves de la Antigüedad
clásica y cristiana primitiva, junto a la
influencia de maestros franceses del gótico,
procuró representar la naturaleza con toda
veracidad, alcanzando logros notables. Pisano y
Giotto eran italianos, e italianos los que
configuren ese nuevo arte que llegará a dominar a
la perfección la ansiada realidad, modos
representativos que influirán decisivamente en el
resto de los creadores de las diversas regiones
europeas, aunque, como veremos en su momento,
habrá un foco cultural, el flamenco, que tendrá
un peso ciertamente vigoroso, pero, desde luego,
sin alcanzar en ningún momento la consideración
merecida por el Renacimiento en Italia, el
momento artístico más glorificado y exaltado de
la historia (Fernando Marías, Historia del Arte,
La Edad Moderna). En Italia todas las artes, y
concretamente la pintura, la escultura y la
arquitectura, experimentarán un desarrollo, una
originalidad, fuerza y plenitud absolutamente
excepcional, acogiendo en su seno algunas de las
más altas creaciones de toda la historia de la
humanidad, desde las cúpula de la Catedral de
Florencia o de San Pedro de Roma a la Última Cena
de Leonardo o toda la decoración de Miguel Ángel
en la bóveda de la Capilla Sixtina, pasando por
el San Jorge de Donatello, el templete de San
Pietro in Montorio de Bramante o los frescos de
las Estancias Vaticanas de Rafael, por citar sólo
unos pocos. Gombrich subraya otra idea básica
que el Renacimiento no fue una creación ex novo
el milagro que percibían algunos italianos del
XV y XVI, la aparición del nuevo arte que surgía
entre artistas inéptos, como dirá Vasari al
resaltar el valor de la obra de Giotto (Las Vidas
). No, aunque no se puede negar la excepcional
aceleración en la conquista de la realidad que
tuvo lugar en Italia durante la primera mitad del
XV, la herencia del medioevo no se puede obviar,
recordando que la lectura que se hizo de la
Antigüedad, fue, en más de una ocasión, a través
de obras surgidas en los siglos del medioevo,
tanto en el románico como en el gótico.
14
La Antigüedad, la Naturaleza, Italia, Bizancio
y la herencia Medieval, son realidades
fundamentales sobre las que se construye el arte
renacentista, y marcan la pauta de la explicación
que nos disponemos a ofrecer. Antigüedad y
Naturaleza, como ya se ha dicho, significaban
para los hombres del Renacimiento numerosos
elementos comunes, pues, no en vano, y
especialmente en lo que a la representación
artística se refiere, las obras de la Antigüedad
clásica fueron cauce natural para conquistar la
ansiada realidad, las formas de la Naturaleza,
aquellas que los antiguos tan bien habían llegado
a plasmar tras muchos siglos de esfuerzo. Por
esta razón, nos acercaremos inmediatamente a esa
Antigüedad, y a la conquista que los antiguos
hicieron de esa realidad, y a la riquísima
herencia medieval, sobre la que cimentarán los
artistas del Renacimiento sus obras.
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